martes, 18 de diciembre de 2007

PUERTO / PUERTA

PUERTO / PUERTA.
(EN TORNO AL LUGAR DE EMPLAZAMIENTO DEL MONUMENTO “LA PALOMA” DE EUSEBIO SEMPERE EN EL PUERTO DE ALACANT).


Port d’Alacant. Porta de la Mar. En ciudades volcadas al mar, como Alacant, el puerto asume un papel protagonista en el devenir de su historia y de su estructura física. Algo que se refleja incluso de forma simbólica, como la bandera de esta ciudad que es, precisamente, la bandera de su puerto. El puerto es, de hecho, la puerta de la ciudad. Una puerta que se abre para recibir, para acoger, para dar la bienvenida a quienes se acercan a ella.




Alacant. S. XVIII. Porta de la Mar.

La Porta de la Mar a la entrada del muelle de levante, construida en el s. XVI y remodelada en el siglo XVIII[1], era el lugar emblemático donde la ciudad se mostraba por primera vez a la mayoría de los que la visitaban, los cuales llegaban normalmente por mar. En ese espacio se producía un cambio de escala en la percepción visual de la ciudad. Si desde la lejanía el perfil del Benacantil, coronado por el castillo de Santa Bárbara, se destacaba en la imagen urbana convirtiéndose en su rasgo más distintivo, y a una distancia media, cuando el barco se aproximaba, adquiría protagonismo el caserío en el que sobresalían las torres y cúpulas de iglesias y edificios públicos como el Ayuntamiento, sin embargo, cuando los viajeros desembarcaban y, desde el muelle, entraban en la ciudad, su primer contacto con ella, su primera imagen, la ofrecía la Porta de la Mar abierta en la muralla de costa que se erigía, así, en el elemento principal de la imagen más inmediata de Alacant. Por eso, resultaba absolutamente imprescindible que esa puerta mostrara, a quien llegaba, aquellos signos que mejor definían a la ciudad. Desde la Reconquista Alacant había sido ciudad real no sometida a la nobleza, y, aunque las circunstancias ya eran otras, sin embargo el escudo real lucía sobre la Porta del Mar dejando clara esta vinculación. La ciudad daba la bienvenida a quienes en ella recalaban informándoles de esa manera sobre su condición de ciudad real. Algo que recuerda el papel que jugaba la estatua de la Libertad a la entrada del puerto de Nueva York anunciando a los inmigrantes europeos llegados a los Estados Unidos la promesa de un futuro mejor.

Cuando en 1858 la ciudad perdió su condición de plaza fuerte[2] la Porta de la Mar, como el resto de las murallas de la ciudad, fue derribada. Pero esto no supuso que ese entorno urbano perdiera su condición de puerta de entrada a la ciudad desde el mar, dado que seguía siendo la ruta principal de acceso. Por el contrario, el significado de ese lugar mostró una fuerte pervivencia que cristalizó sobre otros elementos. Y no es por casualidad que la llegada del ferrocarril, que representaba el signo de los tiempos, y que se convirtió en el moderno modo de viajar, sustituyendo en el siglo XIX a las rutas marítimas, buscase instalar su estación (es decir, la nueva puerta de la ciudad de este medio de transporte) en el mismo lugar que había ocupado la Porta de la Mar. Cuando las construcciones obsoletas desaparecen en el devenir urbano, el carácter de los espacios públicos permanece y se afianza con otros elementos adecuados al espíritu de la época, los cuales, precisamente por responder al signo de los nuevos tiempos, vienen a reforzar la memoria del lugar. De este modo, la ciudad conserva y profundiza su propia identidad a la vez que la renueva, evitando que la amnesia diluya su personalidad deviniendo una aglomeración amorfa, sin aquellos recuerdos que le dan sentido a su presente y que orientan su futuro.

Estación provisional en la Porta de la Mar para recibir la visita de Isabel II.


La ciudad montó una estación provisional frente a la entrada del muelle para la recepción de la reina Isabel II que había llegado en tren. Con este montaje, se dejaba constancia no sólo del cambio de signo que anunciaba el futuro que se abría con el ferrocarril, sino también, y sobre todo, de que el lugar para dar la bienvenida seguía siendo, precisamente, el mismo que tradicionalmente había sido la puerta de entrada por excelencia a la ciudad. Las piezas urbanas que concretan el valor de los espacios públicos (fuentes, monumentos, puertas, estaciones), no tienen una finalidad puramente ornamental o funcional sino que son, de un modo especial, lo que le confiere el sentido a la trama, porque nos hablan de la personalidad de la ciudad, de los afanes y esperanzas generales y compartidos que traban y unen a sus gentes, de los rasgos que caracterizan su memoria común.

Port d’Alacant. Porta de la Mar. Que se abre, que da la bienvenida, que acoge generosa a quienes llegan, que presenta como tarjeta de visita los aspectos que la caracterizan, que ofrece la imagen más conspicua que la ciudad quiere mostrar de sí misma. Pero las puertas, a veces, también se clausuran y cierran, y, de ese modo, encierran, atrapan, impiden la salida, cercenan esperanzas. El día 8 de marzo de 1844 se fusilaron en el Malecón, junto a la Porta de la Mar, a veinticuatro liberales levantados bajo el mando de Boné[3]. Terminó así un levantamiento inducido por el ansia de libertad. Este hecho marcó de una forma relevante el lugar cargándolo de un sentido profundo en la memoria de la ciudad. Nicasio Camilo Jover, al relatar la derrota de Boné, escribe: “El pueblo presenció la entrada de las tropas silencioso y triste”. Los escenarios urbanos se convierten en parte integrante de lo que en ellos sucede y por eso pueden servir como memoria permanente de los hechos que albergaron. Mantener viva la memoria es, en gran medida, evocar los acontecimientos en los mismos lugares donde ocurrieron. Jover continúa: “Desde el primer aniversario de aquella catástrofe (…) aparecieron en el Malecón veinticuatro coronas de laurel (…). Las coronas se convirtieron al segundo aniversario en pedestales rodeados de flores…”[4]

El rito de recordar a las víctimas se consolidó en una ceremonia cívica repetida anualmente y el paseo del Malecón, que tras la desaparición de la muralla de costa se estaba convirtiendo en la fachada de la ciudad volcada al mar, asumiendo el protagonismo y la centralidad que ha adquirido en la actualidad, siendo su espacio más representativo y emblemático, se convirtió en el Paseo de los Mártires de la Libertad. Los nombres refuerzan la memoria y el significado de los lugares. Borrar los nombres es un modo de provocar la amnesia, de perder la identidad. Paseo de los Mártires de la Libertad.

Primer monumento a los Mártires de la Libertad en el puerto de Alacant.


La celebración anual de aquel luctuoso acontecimiento se concretó en la erección de un monumento que se montaba y desmontaba anualmente para la ceremonia. No era un monumento funerario, ni un mausoleo, ni un cenotafio, ni un panteón, sino un agradecido recuerdo a aquellos que habían dado su vida en su lucha por la libertad. Y la ciudad mantenía orgullosa su memoria, con el monumento, con la ceremonia cívica anual y con el nombre del Paseo. En su etimología latina la palabra monumento significa aviso, recordatorio. Si la ciudad conmemoraba a los liberales fusilados, lo hacía para mantener vivas las ideas por las que habían muerto. Una estatua con una lámpara, símbolo de la libertad, y con una corona de laurel, evocaba los hechos y homenajeaba a los Mártires.

La ciudad recordaba esos valores, pero el monumento provisional no era el modo más adecuado para hacerlo. Muchos años, demasiados, tardaron las autoridades locales en querer dar permanencia a ese recuerdo renovado cada año. En 1868 fue el ayuntamiento salido de la revolución el que tomo la iniciativa haciendo un llamamiento a los artistas y arquitectos locales para la erección de un monumento permanente. El 26 de noviembre presentó su propuesta el arquitecto José Guardiola Picó. El 6 de diciembre presentó la suya el arquitecto Manuel Chápuli. Y también hizo lo mismo el arquitecto e ingeniero Jorge Porrúa Moreno. En la memoria de su proyecto el arquitecto Guardiola, dirigiéndose al Alcalde que los había convocado, escribe:

“Al llamamiento patriótico que V. E. hizo a los arquitectos que quisieran presentar gratuitamente un proyecto de monumento que se quiere erigir a la memoria de las víctimas de la tiranía en el Paseo de los Mártires de la Libertad de esta capital, no puede menos de responder, todo el que rinda culto en aras de la memoria de lo pasado; para que en el porvenir vean el encadenamiento que elabora el ayer con el mañana.
El que suscribe, arquitecto de ese Excmo. Ayuntamiento ha despertado también a su voz y ha formado el proyecto que acompaña gustoso en cumplimiento de su deber como hijo de Alicante”.[5]

Para Guardiola Picó conservar la memoria era un “gustoso deber” de los hijos de Alacant. Una memoria que el arquitecto extendía a todos los mártires de la libertad de la ciudad hasta aquellos momentos: los de 1826, los de 1844, los de 1848 y los de 1868.

Aunque ese intento de perpetuar de forma digna esa memoria fracasó entonces por la negligencia o desidia de los poderes públicos locales, eso no significó que la ciudad lo olvidara. Y todavía años después, en 1883, José Alfonso Roca de Togores se quejaba de ese abandono diciendo: “… este doble simulacro de monumento y lápida mural es vergonzoso para Alicante”[6].



Segundo monumento a los Mártires de la Libertad en el puerto de Alacant.

A finales del siglo XIX, cincuenta años después de aquellos sucesos, que permanecían vivos en el recuerdo de los ciudadanos alicantinos a pesar de la dejadez de los responsables municipales, se levantó un monumento estable en el mismo Paseo de los Mártires. Los monumentos, con su presencia, son portadores de un doble mensaje. Por un lado, mantienen actualizados permanentemente los acontecimientos recordados porque forman parte de nuestra personalidad y nuestra historia. Pero, a la vez, por la forma plástica en la que se concretan, nos están hablando del momento en que se levantaron, de la sensibilidad y el gusto del medio social que los construyó. Es, pues, una doble memoria paralela y superpuesta, que junto al recuerdo de los hechos evocados nos ilustra sobre el lenguaje formal considerado como el más apropiado para hacerlo. De este modo, en la ciudad, se van solapando sucesivas capas dejando constancia de su propio devenir y de su historia construida. Cada momento, cada época, debe ser capaz de conservar, a la vez, la memoria de lo ocurrido y la de la sensibilidad que cuaja en las formas físicas construidas que nos lo evocan.



Tercer monumento a los Mártires de la Libertad en la Porta de la Mar.



Aquel segundo monumento a los Mártires, el primero de carácter permanente, fue trasladado, poco después, de una manera lógica y casi inevitable, a la Porta de la Mar. Y el cambio de gusto hizo que se reconstruyera dándole más envergadura y una escala mayor, de acuerdo con el amplio espacio urbano que ahora ocupaba. La Porta de la Mar recuperada así un protagonismo, en parte diluido tras la desaparición de las murallas, convirtiéndose en rótula entre el Paseo de los Mártires, el Paso de Gómiz y el muelle de levante. Una nueva presencia urbana que se encadenaba coherentemente con el papel que había jugado este espacio en la historia de la ciudad. Parecía que, finalmente, este lugar encontraba su forma más adecuada a la escala de la ciudad moderna, sin perder su propio carácter de lugar emblemático, con unas connotaciones concretas reforzadas por el monumento que acogía.

El barco “Stanbrook” con refugiados republicanos en el puerto de Alacant (marzo 1939)

Pero aún estaban por llegar los días más tristes que tenía que vivir el puerto/puerta de Alacant. Fue otro mes de marzo, otra vez marzo, noventa y cinco años después de aquellos sucesos de 1844. El puerto se abrió de nuevo como una puerta acogedora para recibir a los que huían del fascismo durante la Guerra Civil. Puerto/puerta de esperanza hacia la libertad que el monumento a los Mártires proclamaba a quienes llegaban junto a él. Puerto/puerta que se cerró bruscamente atrapando en sus muelles a miles de refugiados republicanos, nuevos mártires de la libertad, en los últimos días de aquel mes de marzo de 1939.

La sustitución del monumento a los Mártires por una fuente y otras actuaciones posteriores, y el cambio del nombre del Paseo, han sido las intervenciones más recientes contra la memoria, que han pretendido desvirtuar el lugar y borrar lo que significa. Una memoria ahora más viva que nunca, porque aquellos acontecimientos ocurridos al final de la Guerra Civil han recargado con un nuevo sentido la lucha por la libertad que, durante un siglo, había encontrado en ese entorno el lugar donde posarse. Y parece que la historia se repite porque, también ahora, mientras los ciudadanos conservan la memoria, los poderes locales se desentienden. Han pasado ya muchos años, demasiados. Pero sobre los lugares de la ciudad, sobre el puerto y junto a la Porta de la Mar, permanecen vivas las huellas de lo que allí ocurrió.

Recuperar todos los estratos que se han ido depositando a lo largo de la historia de la ciudad en este entorno concreto, hacer de nuevo que el puerto sea la puerta abierta que proclama la libertad y desde donde emprende el vuelo la hermosa Paloma de Sempere, retomar las ideas por las que dieron su vida los liberales de 1844 y los republicanos de 1939, es un “gustoso deber” de los ciudadanos actuales de Alacant. Un monumento que a la vez que nos recuerda esos hechos históricos, lo hace con un mensaje de formas escultóricas y plásticas que se remite directamente a nuestra sensibilidad actual. Y en consecuencia, además de lo que significa, enriquece el espacio público urbano recargándolo de sentido, profundizando en su carácter. Un monumento imprescindible en esta ciudad donde, determinadas intervenciones, parecen querer conducirla hacia el olvido.


Otoño, 2007


Juan Calduch Cervera
Doctor Arquitecto
Profesor Titular de Composición Arquitectónica
Universitat d’Alacant

[1] Existe un plano de 1776 de Balthasar Ricaud donde se recogen las obras de adecuación de esta puerta.
[2] Véase Rosser Limiñana, Pablo, Origen y evolución de las murallas de Alicante, Ayto. de Alacant, Alacant, 1990.
[3] Entre los fusilados, frustrando de este modo su carrera, se encontraba Simón Carbonell, maestro de obras por la Academia de San Carlos de València (2/enero/1825) que había sido titular del Ayuntamiento de la ciudad y que en los proyectos conservados en el Archivo Municipal dió muestras de unas especiales dotes como proyectista.
[4] Jover, Nicasio Camilo, Reseña histórica de la ciudad de Alicante, (1863), facsímil: Agatángelo Soler Llorca, Alacant, 1978, pág. 241.
[5] La memoria y el presupuesto del proyecto de Guardiola Picó se encuentran en el Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Alacant (AHMAA, expedientes de obras, carpeta nº 31).
[6] Roca de Togores, José Alfonso, Guía de Alicante. Manual del alicantino y del forastero, Boletín de la Sociedad Económica de Amigos del País, Alacant, 1883 pág. 24.

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